sábado, 29 de marzo de 2014

Hoy por ti, mañana por mí.

Esta nueva entrada la dedico al voluntariado, especialmente a los enfermos con los que trato. Porque cuando pensé en llevar a cabo un voluntariado, lo primero que se me vino a la cabeza como a la mayoría de la gente era que quería trabajar con niños, llenos de ilusión y ganas de vivir. Cuando fui al hospital, me encontré con una enorme lista de espera para entrar de voluntaria con los niños, así que decidí amoldarme al voluntariado que más ayuda necesitaba, neurología. Los niños, al fin y al cabo, tienen a alguien que los cuida. Siempre tienen el apoyo y cariño de su familia. Me advirtieron de que iba a ser duro, pero ¿Por qué no intentarlo? Se trataba de marcarme un nuevo reto.  El primer día fui con miedos e inseguridades, ¿sabría trabajar lo que ellos necesitaban?
 Doy gracias a las personas que me hicieron darme cuenta de que mi elección de carrera había sido la acertada, a los enfermos neuronales que me han permitido comenzar un voluntariado. Ellos, personas que de un día para otro por culpa de ictus,alzheimer, infartos… su vida les ha cambiado. Que pasan de ser adultos a pensar como niños de la noche a la mañana. A quienes voy a ayudar, enseñar y regalarle mi compañía todas las semanas y quienes responden muy agradecidos. Porque pensaba que en el voluntariado yo era la “maestra” y resulta que ellos son los que más enseñan. Personas que tienen muchas ganas de volver a ser como antes, de recuperar el habla, el movimiento en toda y cada una de sus extremidades…de volver a empezar de cero. Porque gracias a ellos salgo con una sonrisa de oreja a oreja del hospital, con ganas de volverlos a ver y trabajar con ellos.
Lo más gratificante de todo es ver como mejoran día a día. Ver cómo los familiares ofrecen su apoyo y ayuda a pesar del cansancio que experimentan.
¿Voluntariado? Suena a sacrificio y pérdida de tiempo. Pero cuando comienzas, es algo que engancha. Mi recomendación es que todo el mundo debería estar en un voluntariado en algún momento de su vida, algo que no conlleva necesariamente demasiado tiempo y una experiencia muy bonita, satisfactoria y recomendable para crecer como persona.



lunes, 3 de marzo de 2014

La cruda realidad.

“Ayudar al que lo necesita no solo es parte del deber, sino de la felicidad”-. José Martí.
Y el deber del Cuerpo Nacional de Policía es justo éste, servir al ciudadano. Siento impotencia al ver protestas pacíficas que se convierten en auténticas batallas campales, siendo propiciadas por policías que abusan de su autoridad y se ponen a repartir golpes a diestro y siniestro, sin importarles si formas parte de la manifestación o simplemente encuentras paseando el día equivocado en el lugar equívoco. Pero lo que más me repugna es ver cómo la gente se cree en el derecho de decidir sobre la vida de otras personas. Pongámonos en situación: un grupo de inmigrantes intentan entrar en Ceuta, están a pocos metros de conseguirlo cuando son recibidos por la policía con pelotas de goma y gases lacrimógenos, que además de desestabilizar su cayuco hacen que pierdan sus flotadores y mueran asfixiados y ahogados. Señoras y señores, esta es la cruda realidad. Realidad en la que España se encuentra inmersa. En más de una ocasión deberíamos echar un vistazo al pasado y darnos cuenta de que muchos de nuestros antepasados también tuvieron que emigrar en busca de un futuro mejor y el recibimiento que tuvieron fue muy distinto, gracias a ese recibimiento nosotros podemos contarlo. Presumimos de España como un país moderno pero nuestros prejuicios nos delatan. La mayoría de españoles piensan que los inmigrantes deberían estar en su país porque nos quitan puestos de trabajo, cuando la mayoría de los españoles están emigrando a otros países porque están en la misma situación que ellos debido a la época de recesión en la que nos encontramos, quitándoles también sus puestos de trabajo. Es algo recíproco. Quizás la clave está en sentir un poco de empatía, ponernos en la piel de esas personas que dejan atrás a sus familias y se despojan de todo lo que poseen a cambio de una plaza en un cayuco de mala muerte, y arriesgan sus vidas aun sabiendo que las probabilidades de éxito son mínimas.